Pura vida: La voz de Queen Nzinga

La poeta y ensayista costarricense-panameña Dlia McDonald Woolery celebra la literatura afro escrita por mujeres

Imagen principal de la página web de la poeta, artista y activista costarricense-jamaiquina Queen Nzinga

 

NOTA EDITORIAL

En honor al Mes de la Historia de los Pueblos Afrodescendientes en Costa Rica, HTI Open Plaza concluye el mes de agosto 2023 con un escrito de la poeta y ensayista costarricense-panameña Dlia McDonald Woolery. Celebra la literatura afro escrita por mujeres y, a su difunta compatriota: la poeta, artista y activista Queen Nzinga Maxwell Edwards. De padres de ascendencia jamaiquina pero también costarricenses, nació en San José, Costa Rica y se crió en la Comunidad de Puerto Limón, aunque vivió una gran parte de su vida en la capital.

 

En este artículo, considero en lo que es la literatura afro escrita por mujeres, independientemente de norteamericanas; incluyo características, el qué es, y su comportamiento dentro de la sociedad funcional en que se desarrolla.

En primera, el término “afro” hace alusión a los seres humanos derivados del tronco común de las sociedades africanas y afroamericanas. En segundo lugar, hemos de saber que la literatura afro (denominada la LIAF) es una de las más antiguas del mundo, que probablemente nace con la Biblioteca de Alejandría. Durante muchos años, fue solo escrita por hombres nativos del África Subsahariana que no permitían a las mujeres tener acceso a la educación, a la lectura, y mucho menos a la escritura por el empoderamiento que eso representaba. Pues, como es bien sabido, sociedades como la africana y la americana —salvando sus diferencias culturales—históricamente conocidas por ser patriarcales, tradicionales, sexistas, machistas y creadoras de falsos estereotipos, quienes le impusieron a las mujeres los roles exclusivos de esposas y madres oprimidas, discriminadas y sin libertad de expresión. Por tanto, hasta hace pocos años—hay que decirlo—lo que sea que han escrito ha sido primero y mayormente escrito por hombres que hablaban en el nombre de las mujeres, bajo el argumento de su supuesta incapacidad de valerse por sí mismas.  

A ese proceso debemos agregar el poder que tuvo la diáspora africana, pero sobre todo la esclavitud, sobre mujeres cuya identidad afro, real y propia, se limitaba hasta entonces a omitir la capacidad de definirse a sí mismas e influir en su entorno, moldearlo y cambiarlo en todos los ámbitos de su vida. Esto dejaba que para ella ser una mujer negra significaba sentarse a la mesa que ellos construyeron para ella y alimentarse de estereotipos y sumisión en lugar de ser auto determinativas, influenciadoras, o simplemente ser distintas a todo lo demás. Desde ese punto de vista, nuestra feminidad literaria y las distintas voces que han resurgido en esta literatura han sustituido la sumisión característica del negro como esclavo y persona de “categoría menor” en el que, sobre todo la mujere, tiene poca–o ninguna–capacidad creativa por las condiciones en que hemos sido creadas, criadas y desarrolladas.

Quiero recomendarles algo de la literatura afro escrita por mujeres (conocida como LIAFM), obras que, de mejor forma, fueron marcando paulatinamente esa evolución de la que hablo. 

 

Queen Nzinga Mbande (Anna de Sousa Nzinga), litografía coloreada a mano de la década 1830, artista desconocido. Nzinga Mbande, reina de los Reinos Ambundu de Ndongo y Matamba, también fue conocida como ‘Reina Ginga' en Portugal y luego 'Ana de Sousa' al convertirse al cristianismo. Fuente: National Portrait Gallery of London 

Queen Nzinga Sheps, nacida Wendy Maxwell, artista y activista afrocostarricense de ascendencia jamaicana. Nació en San José, Costa Rica, donde se crió en la Comunidad Garveyita de Puerto Limón. Fotografía: Fernando Montero Caballero

 

Por Costa Rica, empezamos con la conocida en vida como Queen Nzinga Maxwell Edwards, declarada muerta el 30 de julio de 2023. Con su muerte, hemos perdido también a un gran referente sobre la literatura escrita por mujeres afro, tanto a nivel centroamericano como nacional. 

Su nombre cristiano fue Wendy Patricia, nombre que cambió a Queen Nzinga, lo cual tiene sentido: ella me dijo hace muchos años que descendía de grandes confluencias africanas y que, en su vida anterior, había sido la Reina Nzinga, una gobernante del suroeste de África que gobernó como reina de los Reinos Ambundu de Ndongo (1624-1663) y Matamba (1631-1663), ubicados en el actual norte de Angola. Además, la Reina Nzinga fue conocida por ser una de las primeras cimarronas, es decir, mujer afro educada de forma distinta a las demás de su tribu de la historia moderna. Según la leyenda, con su trasero atrapaba las balas, o lo que usaran para subyugar a su pueblo, para luego devolverlo mediante expulsión rectal.  

Queda claro que esa alineación de ideas es lo que detalla que, en nuestra literatura en general–pero en específico en la que escriben las mujeres–el uso del realismo mágico,  y no la memoria genética (como establecía la escritora Eulalia Bernard), es un punto más que importante: desde ahí somos y escribimos.  Prioritariamente, autoras como Maya Angelou, Toni Morrison, y todas las participantes del Renacimiento Harlemniano (hombres incluidos, pero sin tanta fuerza) desarrollaron en la literatura lo que es conocido como “el fantasma de Pepper,” una técnica cinematográfica de ilusionismo, de ahí su versatilidad, para poder viajar de un punto a otro sin apenas alterar la estructura de ideas que relatan. Se construye no una, sino distintas hebras de una historia y temáticas cotidianas de las mujeres, independientemente de su origen, como si fuera un quilt. La colcha es una forma de arte pictórico que, como ya sabemos, construían las mujeres esclavas como única forma de su adaptabilidad– o mejor dicho, forma de expresión permitida, tanto por sus patrocinios laborales como por sus parejas impuestas por los mismos esclavistas. De paso, dichos manteados hoy en día constituyen fortunas altas, elevadas tanto por su valor artístico como por la historia que hilan pues; se traducen en obras escritas en solitario, utilizando intuitivamente las técnicas de expresión que antiguamente hacían las mujeres esclavizadas de forma grupal, porque igualmente era la forma de unirse para, en cierto modo, defenderse. De muchas formas, utilizaron los quilts no solo para darse aliento y esperanza, sino como novelas gráficas de vida, amores, relaciones sociales y fundamentalmente como mapas del cimarronaje, o bien para relatar una historia concreta de cómo seguir y obtener la libertad.

 

The French Collection Part I, #4: Sunflowers Quilting Bee at Arles (1996), quilt de la artista y escritora Faith Ringgold, New Museum of Contemporary Art, Nueva York, 2022. Ringgold es conocida por aportar un poder político contemporáneo a las asociaciones históricas del trabajo femenino y la narración de esta forma de arte. En el quilt están representadas ocho poderosas mujeres afroamericanas del pasado y del presente–ellas mismas mostrando un quilt como símbolo comunitario de sus logros. Desde la parte superior izquierda: Madam CJ Walker, Sojourner Truth, Ida Wells, Fannie Lou Hamer, Harriet Tubman, Rosa Parks, Mary McLeod Bethune y Ella Baker. Una novena figura, en la parte inferior izquierda, es Willia Marie Simone, personaje ficticio creado por la artista. Vincent van Gogh, conocido por sus pinturas de girasoles, aparece a la derecha. Foto: Heidi De Vries

 

En la literatura, aún más que en otras esferas, la lucha no es tanto contra el machismo institucionalizado, que nosotras mismas nos aplicamos en ocasiones, sino contra las estructuras que buscan “protegernos”, mostrándonos el camino a seguir, asumiendo dictatorialmente el qué y cómo tenemos que decir lo que escribimos. Por lo tanto, no es raro que asuman nuestro papel como escritoras, evidentemente porque, todavía, en pleno siglo XXI, se sigue replicando el escenario común del esclavista que, ya fuese hombre o mujer, asigna el rol de trabajo, tanto para mejorar su estatus económico como social, o por mera necesidad de mostrar poderío. En especial subyugaban a las mujeres, para quienes la única educación y opción no fuese la imposición reproductiva, comportamiento que eliminaba cualquier otra acción que no fuese ocuparse de la cotidianidad de lo que les daban, que no pensaran por ellas mismas. Dentro de eso, la cultura afro sólo era bien vista cuando se trataba de entretenimiento popular como el baile y prioritariamente el canto religioso, los llamados gospels–es decir, crear el mantel que las sujetaba contra la mesa que les había creado para ellas, por las estructuras colonialistas. Es decir, que tales esclavistas buscaban de esa manera cercenar toda capacidad de pensamiento del que sabemos ahora. ¿Qué da como resultado? La poesía o cualquier forma de escritura que convierte a su creadora en una ideóloga cuyo pensamiento siempre va más allá, y llega incluso a la revolución, que siempre ha estado en manos de las mujeres.

 

Queen Nzinga Maxwell y AfrikReina dedican poema a las víctimas de la violencia de género - Alas Tensas: Revista Feminista Cubana, 2021

 

La literatura, en general–y es muy mi modo de pensar–subyace dentro de una sociedad panda, los animales más tiernos e incapaces de hacer daño que existe. Por su tamaño y condiciones de vida, biológicamente no deberían de existir por lo que son también la mayor muestra de lo que escapa al entendimiento de la naturaleza humana. ¿Se han fijado que sus cuidadores van desde el cuello hasta la punta de los dedos cubiertos con guantes gruesos?  No existe otra explicación que decir que han sobrevivido al proceso de evolución hasta nuestros días. Si lo ha hecho hasta ahora, es simplemente porque, bajo esa pasividad, el panda es altamente agresivo y sobrevivirá de cualquier manera, ya que un solo arañazo o contacto con su piel puede matar. Pasa igual con la literatura afro:  quien no la conoce no puede siquiera llegar a entenderla. 

En el caso de Queen Nzinga, ella algunas veces utilizaba el apelativo Sheppa Nzinga, pero eso no era tan común; tuvo mucha relación con la construcción de una identidad cultural que perdimos con los procesos de colonización. Al modificar el comportamiento de las mujeres mediante la eliminación de la memoria genética (de nuevo, Bernard), en conjunto con el aprendizaje verbal de los procesos lingüísticos (re)aprendidos– pasando de madres, a padres, o abuelos a hijos–estos procesos de colonización crearon nuevas formas de estructuras comunicativas. Dentro de éstas se inserta el Creole, que mayormente es visto como asunto de mujeres, pues, sigue siendo cierto que las mujeres son sus mayores referentes, el plato fuerte de muchas escritoras. No es, necesariamente, el uso del idioma sino las influencias externas que determinan quienes son, literariamente hablando. Es decir que el medio en que las escritoras afro se desarrollan influye sensiblemente mucho en su visión de mundo y de comunicación.  

Aquí, lo primero que tendríamos que establecer y que saber es que la LIAFM  tiene vida propia. Mantiene lo que podríamos llamar un bajo perfil, pues al ser típicamente considerada lo más débil y amoldable a la instrucción de los hombres, y como tal son, o eran tratadas por lo que las mujeres desarrollaron otro tipo de enfrentamiento con la literatura. Como tal, es una literatura tratada de acuerdo a lo que el machismo, la misoginia, y los intereses sociales establecen necesarios. Es un perfil ampliamente desarrollado desde el África Subsahariana, en que las mujeres escasamente tienen voz, menos el derecho a ser consideradas escritoras–incluso, la historia cuenta las muertes que hubo por simplemente leer cualquier cosa, pues podría despertar en ellas una independencia que les mostrara que el hombre, para ellas, pueda ser sólo reproductivo. Es decir que el silencio no alimenta mentes ociosas, uno de los grandes legados de la diáspora esclavista. Negadas de cualquier otro conocimiento–pero sobre todo, en apariencia privadas de la capacidad y de las estructuras adecuadas de comunicación–casi siempre la obra de escritoras afro es considerada una muestra de folklore que tuvo la suerte de ser descubierta por un vacío académico y no por mérito propio pero por serendipia. 

En el caso de Queen Nzinga, rompió estructuras convencionales de escritura al introducir el spoken word y el slam poetry. Su proceso fue, en realidad, una fundición de legados históricos que, desde adentro y entre muchas formas distintas de rebelión, fueron el resurgimiento del trabajo de muchas escritoras afro-latinas. Deshilando las telas, como lo hicieron en su momento las cimarronas, estas escritoras canalizaron y desmigajaron las  distintas formas de dominación y sumisión que la cultura hegemónica ejerce sobre sus feudos en cualquier época. Queen desarmó las estructuras sociales convencionales aprendidas desde la infancia, impulsando un resurgimiento literario que abrió una nueva vía de comunicación poética no sólo en Costa Rica sino también en Cuba y Panamá, en donde despertaron nuevos saberes, a los que precisamente vamos.

 

Iniciativa de artistas urbanos 2005 - 2006, Queen Nzinga con Griots Collective/Colectivo Griots

 

El proceso de dominación literaria continuó en América. En los Estados Unidos, por ejemplo, las escritoras afro–pese a ser nuevamente oprimidas, discriminadas, y sin libertad de expresión por grupos dominantes o hegemónicos (siendo hombres u hombres y mujeres blancos, exclusivamente, quienes ejercían mayor posesión sobre ellas)–aprendieron a transformar en silencio el discurso moralista. Fue impartido desde las distintas formas con que construyeron su capacidad de definir, influir, modificar, moldear y cambiarse a sí mismas junto con el mundo que las rodeaban en todos los ámbitos de su vida, ejerciendo una especie de mimetismo. Es un camuflaje del que tampoco estamos exentas quienes escribimos en español o vivimos en sus periferias. 

En Costa Rica, es el caso para un petit comité que ve la literatura afro, especialmente la escrita por mujeres, y dice que no existe o, por lo menos, siempre que no represente la vulnerabilidad frente a autores con cierto renombre y masculinidad (un Derek Walcott, por ejemplo). Es una idea común en Centroamérica, sobre todo si tomamos en cuenta que escritoras como Queen Nzinga escribían mayormente en Creole, el inglés caribeño derivado de los procesos de colonización–por tanto, una estrategia de sobrevivencia que, en cierta medida, no es asimilada por la academia literaria y su estructuralización del canon literario en el que se esconde. Sin embargo, recientemente, ha empezado a caer esta idea, en pedazos, de las paredes de la academia norteaméricana, donde se han consolidado las bases de ese conocimiento, desde su origen en América: la esclavitud. 

En España y en Europa, igual tenemos la historia de la primera escritora negra, Sor Teresa Juliana de Santo Domingo (c. 1676-1748), nacida Teresa Chikaba y secuestrada de la Costa de Oro para ser vendida como esclava. Apodada “La Negrita de la Penitencia”, llegó a ser monja y la primera escritora afrohispánica, además de ser autora de la mayoría de los cantos gregorianos de la historia religiosa. Pudo acceder a ese feudo no por ser patrocinada por los Duques de Mancera sino por la inmensa riqueza en oro y piedras preciosas que pagó por ingresar al Convento de la Mancera en Salamanca, España–y pese a ello, convertirse en la sirvienta de las otras monjas que la consideraban inferior por su color y negaron su conocimiento todo cuanto pudieron.

Fundamentalmente, la LIAFM ha sobresalido sobre el proceso de borrar nuestras contribuciones literarias, que siempre se ha dado. Comenzó con la primera escritora negra que llevó una lucha por su derecho de expresión en los Estados Unidos. En aquella época y aquel país, no mucho antes de las leyes de emancipación y de la liberación de los esclavos, cuando Abraham Lincoln y su esposa tenían una costurera personal que les contaba las maravillosas historias del Príncipe Sapo, que después fueron famosas, hubo una esclava que aprendió a leer y a escribir en la oscuridad de sus horas de descanso. Nacida en Gambia, Phillis Wheatley (ca. 1753-1784) fue la primera mujer africana y la segunda mujer estadounidense en publicar un libro. (Fue nombrada Phillis por el barco esclavista en que había llegado; Wheatly por la familia mormona que la había acogido.) Escribió un poemario que fue acogido con burla y escarnio, y por el que, incluso, fue a dar a la cárcel, pues se consideró que por su condición—mujer y negra, pero principalmente lo segundo—no era posible. Ella mostró el poder de su palabra, ganando la batalla frente a nada más y nada menos que la Junta Rectora de la Universidad de Cambridge, y después fue la secretaria personal de Lincoln–e incluso, se dice que fue autora del himno nacional del país norteamericano.

 

Retrato al óleo de sor Teresa Chicaba en el Museo del Convento de las Dueñas de Salamanca, España. Secuestrada de la Costa de Oro (parte de lo que hoy es Gambia) para ser vendida como esclava, Teresa Chikaba (c. 1676-1748) llegó a ser monja y la primera escritora afrohispánica. En “Con la palabra de mujer,” Dlia McDonald Woolery pinta un retrato político, social y religioso de Chikaba, también conocida como Sor Teresa Juliana de Santo Domingo.

Phillis Wheatley (1773), grabado sobre papel por un artista no identificado. Secuestrada del África occidental (probablemente en la actual Gambia o Senegal) para ser vendida como esclava, Phillis Wheatley (c. 1753-1784) fue la primera mujer africana y la segunda mujer estadounidense en publicar un libro. Fuente: National Portrait Gallery, Smithsonian Institution 

 

Si sobre literatura afro escrita por mujeres, no es mucho lo que se puede decir, menos se ha dicho sobre la crítica a la obra: prácticamente no existe. Quizás sea porque los de la academia y de la élite literaria no la entienden, o pretenden asumirla como creación popular y no individualizada. En Costa Rica, no es distinto, pese a  la aparición de la pionera escritora afrocostarricense Eulalia Bernard en las décadas 1970 y 1980 (antecedida por  J.C. Francis, quién, sin revelar más que algunos escritos en periódicos locales, y siempre bajo un seudónimo para cuidar las salvedades, marchó a los Estados Unidos, donde desapareció), tenemos el caso de doctores en literatura que establecieron en su momento que la literatura afro escrita por mujeres no existe, como lo manifiesta Adriano Corrales Arias frente a Dereck Walcott. También es el caso Dimitri Shiltagh, quien se atreve a exponer, en varios grupos de amigos, la recomendación de alejarse de mí, pues yo no sé nada de la misma, en lo que él pese a ser hombre y blanco, por sus estudios académicos, estaba mejor preparado para asumir y exponer el tema de la LIAFM.

Tanto Queen Nzinga como yo enfrentamos la estigmatización de la doble marginación de la mujer negra costarricense en que somos lo suficientemente buenas para ser consideradas buenas escritoras, pero sin un hombre que nos respalde o un apellido con cierta fuerza, no somos tomadas en cuenta en muchos procesos. Esto incluye desempeñar el trabajo de críticas literarias, porque sigue siendo que, en su realidad, ya fuese académica o personal, es su conocimiento que no hablamos español–idea ridícula porque vivimos en un país multiétnico y pluricultural, cuyos habitantes afro hemos radicado en el país desde antes de 1900.  La negación a aceptar nuestro proceso creativo tiene, al menos relacionado con el arte de la escritura, en mi opinión, mayor relación con el racismo.  Esta negación también está relacionada con el hecho de que, mayormente, en el caso de las mujeres, nos han visto como mano de obra no tan barata– pero si funcional, pretenden escribir por nosotra/os sobre todo en materia literaria (por cuánto nuestra literatura siempre ha sido mayormente por personas fuera de nuestro rango, o por creadores que asumen nuestra función). Evidentemente, tampoco reconocen alguna de la obra afro, y mucho menos aceptar que también se les puede hacer crítica a la obra escrita de los miembros del grupo hegemónico, como ocurrió hace unos años con el abogado, escritor y crítico literario Juan Murillo Fuentes y los Premios Nacionales (PN), los Premios Nacionales, el máximo galardón de Cultura.  Siendo yo jurado del PN, la primera mujer afro en hacerlo y en ocuparlo dos veces, distribuyó por redes una serie de notas a un amigo personal de él, cuestionando la otorgación del PN de ese año,  bajo el argumento de qué podía saber yo si no era parte de su cultura y solo hablaba inglés.  A ninguno de los dos otros jurados se les hizo cuestionamiento alguno, probablemente por el hecho de ser hombres y académicos blancos. En el caso de Magda Zavala, reconocida académica y especialista en literatura de mujeres, pero sin estudios en la LIAFM, traspasó sobre el uso de mi propiedad intelectual mediante “Les presento a las mujeres en creole,” un artículo inscrito en su antología co-editada Mujeres en las literaturas indígenas y afrodescendientes en América Central (Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2013). Ha reproducido y distribuido, e incluso dado conferencias sobre mi poemario …la lluvia es una piel (Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes , 1999). La antología parece haber sido compilada sin investigación–pues no se trabaja sobre el grupo general de escritoras afro-costarricenses sino sobre los nombres más conocidos. En tal sentido, expone que tres escritoras (me incluye cuando no debería), en su opinión, son las únicas exponentes de la literatura afro, pero socialmente necesitadas de su ayuda. Esto lo expone con una serie de consideraciones personales, nigrofóbicas y fundamentalmente clasistas, sobre todo por la cantidad de denuncias penales y jurídicas que luego interpuso en mi contra. Es el mismo trato y condicionamiento de the help, en que las mujeres no eran otra cosa que el despojo de una sociedad racista que las expone como carentes de cualquier derecho.  

Pero según Queen Nzinga, “Life is full of Honey only young hearts can taste”. Su obra es el reflejo de uno de los muchos mundos que nos rodean a nosotras las mujeres afro. Al fin, ella fue determinante para que la Literatura Afro Costarricense, fuera reconocida dentro del continuum literario nacional.  

Nos veremos en alguna parte del cosmos, más adelante, querida Queen Nzinga. Por ahora, que tu camino entre los ancestros sea siempre luz y bienaventuranza…

De pequeña,
Madres y abuelas
Desataban rituales
De muerte,
Orden
Y castidad,
Y mientras murmuraban
Lenguas jamaicanas
Lenguas antiguas
De honor y respeto
Recetan el rice and beans.
Tías y primas
Limpian la tierra de partos
Y encienden semillas
Congregadas en tierra,
Con profecías de ruido
Y tristeza.

De pequeña
Me acostumbré al simbolismo
De esferas:
Colores marcados con sol
Y muchas veces,
La canción solo fue
Una memoria errante.

De pequeña,
Recé:
Señor,
Si es que tanto me amas,
Aparta este cáliz amargo de mí…
Y la profecía
Sigue transmigrando… 

—Dlia McDonald Woolery
Extracto de El séptimo círculo del obelisco (Ediciones Zúñiga y Cabal, 1994)

 

CRONOLOGÍA

“Cronología: Esfuerzos realizados para honrar a los pueblos afrodescendientes en Costa Rica,” 2023. Creadora: HTI Open Plaza, utilizando información proporcionada por el Instituto Costarricense de Turismo y el Instituto Nacional de Aprendizaje.

Made with Padlet
 

LEER MÁS

“Fallece la poeta costarricense Queen Nzinga Maxwell, pionera del spoken word.” Alas Tensas, 2 agosto 2023.

Gordon-Chipembere, Natasha. ​​”An Afro-spiritual journey by Afro-Costa Rican writer Delia Adassa McDonald Woolery.” The Tico Times, 5 marzo 2019.

Gordon-Chipembere, Natasha. “Finding La Negrita.” HTI Open Plaza, 31 julio 2023.

Woolery, Dlia McDonald. La Coleccionista de Espejos: Página de Crítica Literaria Costarricense, Arte y Cultura Latino y Centroamericana. http://themirrorcollector.blogspot.com/

 

Previous
Previous

La Buddhalupana Way

Next
Next

Forget-Me-Not: Mati in memoriam