Hostias

Angie Cruz presenta un extracto de su novela Dominicana, traducida por Kianny Antigua

Recortes de hostias directo del Convento de las Capuchinas Sacramentarias en Tlalpan, México, 2013. Foto: Kattia Hernández

Recortes de hostias directo del Convento de las Capuchinas Sacramentarias en Tlalpan, México, 2013. Foto: Kattia Hernández

 

Dominicana, una novela de Angie Cruz, traducida por Kianny N. Antigua (Editorial Siete Cuentos, 2021)

Ana Canción, de quince años, nunca soñó con mudarse a Estados Unidos, como lo hicieron las niñas con las que creció en Los Guayacanes, un campo en la República Dominicana. Pero, cuando Juan Ruiz le propone matrimonio y promete llevarla a la ciudad de Nueva York, ella no puede rehusarse. No importa que él tenga el doble de su edad y que no haya amor entre ellos. Su matrimonio es una oportunidad para que toda su familia eventualmente emigre. Y así, el día de Año Nuevo de 1965, Ana deja todo lo que conoce y se convierte en Ana Ruiz, una esposa confinada en un edificio frío de seis pisos en Washington Heights. Sola e infeliz, Ana trama un defectuoso plan para escapar. Mientras en la República Dominicana germina una guerra civil, Juan debe regresar para proteger los bienes de su familia, dejando a su hermano César a cargo de Ana. De repente, Ana es libre de imaginar la posibilidad de un tipo de vida diferente en Estados Unidos. Cuando Juan regresa, ella debe decidir una vez más, entre su corazón y su deber para con su familia.

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Con Juan lejos, asisto a las lecciones gratuitas de ESL (Inglés Como Segundo Idioma) en la rectoría, al lado de la iglesia.

Me meto en una pesada falda de lana que me cubre las rodillas, demasiado caliente para el clima, pero todavía me queda bien. Cierro la puerta detrás de mí, voy al ascensor, luego regreso a la puerta del apartamento para asegurarme de que esté cerrada. La rectoría está a solo dos cuadras de distancia, pero el saber que nadie me estará esperando me hace sentir vulnerable. ¿Qué tal si inmigración me atrapa y me lleva como lo hicieron con la hermana de Giselle, la de El Basement, que fue a la policía después de que un tipo le robara el monedero y de alguna manera entendieron que no tenía papeles? Se la llevaron.

Pensándolo bien, debí haberle dejado una nota a César en el apartamento, pero llega el ascensor y no quiero llegar tarde a la lección de las 10 a.m.

Camino con las llaves en la mano, para punchar a alguien en el ojo si me acosa. Sé cómo presentármele a la maestra, en inglés. Aló. Jeeelo. Ya no soy la niña que mi madre mandó. Estoy a punto de convertirme en madre. No hay razón para tener miedo. La gente camina por las calles de la ciudad todos los días y sobrevive. Solo necesito meterme en mis propios asuntos y cuando vea problemas, caminar por el otro lado.

Alrededor de la cabeza me aseguro el pañuelo florido que encontré debajo del fregadero, con olor a lo que seguramente es el perfume de Caridad. Está por todo el pañuelo.

Bob, el portero del edificio que barre la entrada principal, señala el cielo y hace un gesto como quien abre un paraguas. No, no me voy a devolver, aunque el cielo amenace con lluvia. El aire se espesa con la humedad y un fuerte viento me empuja al otro lado de la calle, lejos de la iglesia. ¿Es esta una señal para que me devuelva? Las personas me sonríen, me saludan con la cabeza cuando les paso por al lado, como la gente de la ciudad solo lo hace con los niños y los ancianos.

Agarro las llaves con más fuerza.

Hoy la acera de concreto se siente más dura bajo mis pies. ¡Tanto cemento!

En casa el cemento significa progreso. En la ciudad de Nueva York, son los árboles y la hierba los que denotan riqueza.

La rectoría huele a incienso y pan horneado. Soy la primera en llegar. Imágenes de la Virgen María, velas encendidas y Jesús cubren los paneles de madera oscura. Sillas de metal plegables rodean una mesa de conferencias. Sobre la mesa, una pila de revistas, tijeras y pegamento líquido. La gran pizarra no se ha corroído con sal ni se ha manchado con lecciones anteriores. Se ve completamente nueva.

Excuse me, can I help you?

Giro la cabeza y retrocedo un paso cuando me encuentro con una mujer, cubierta de pies a cabeza con un hábito negro, que se eleva sobre mí. Se me revolotea la barriga.

Inglis? Señalo el letrero.

La piel de la monja brilla y sus ojos se iluminan.

Welcome! Yes, here we learn English. You’re early, but take a seat. 

Báfrum?, pregunto. La bebé, del tamaño de un guineo pequeño, me pesa en la vejiga; cuando tengo que ir, ¡tengo que ir!

La monja señala el largo y estrecho pasillo. Las paredes son paneles con gabinetes de madera oscura y pulida. Montones de Biblias y otros libros encuadernados en cuero llenan los estantes. Al final del pasillo, la luz se filtra a través de una vidriera y aterriza en una mesa en la cocina atestada de bolsas transparentes llenas de hostias. ¡El cuerpo de Cristo! Levanto una bolsa y me la pego a la nariz. Cuando escucho a la monja venir por el pasillo, meto la bolsa en mi cartera. Titubeo al abrir la puerta, entrar y encerrarme dentro. 

Cuando salgo del baño, ella me está esperando. Sus mechones parecen espaguetis cocidos. Incluso sin maquillaje, es bonita. Aunque había planeado devolver la bolsa de hostias, la sigo a la habitación principal. ¿Qué tal si el sacerdote ya las bendijo? Si las monjas tienen comunicación directa con Dios, ¿qué tal si Jesús le susurra al oído a la monja que lo llevo dentro de la cartera?

En la mesa, hay otros seis estudiantes. Busco a la hermana de Marisela entre las caras desconocidas. Nadie se ajusta a su descripción. La monja nos entrega una hoja de papel en blanco. Pega otra en la pizarra y escribe: My name is Marta Lucía.

Se señala a sí misma y pregunta: What is your name?

Escribo: My name is Ana.

Una mujer con melena roja y un labio velludo levanta su hoja y se la muestra a la hermana Lucía.

Very good, dice la hermana.

Cuando se le pregunta algo en español, ella responde solo en inglés. Estoy perdida, así que miro a los otros estudiantes y los sigo. Una señora mayor habla en otro idioma que tampoco entiendo. Nadie más habla español excepto la hermana Lucía. Qué confuso.

Ella camina por detrás de mi silla y choca con mi cartera. 

It’s okay, Ana.

La hermana Lucía toma mi cartera y se la lleva consigo. 

Pero señorita

Estoy lista para caer de rodillas y confesar. Pero todos están muy ocupados tratando de entender a la hermana Lucía, que habla demasiado rápido como para ver mi pánico. 

Por favor, le mascullo a la monja, a Jesús, mis pies pegados al suelo, mis ojos al borde de las lágrimas.

La veo colgar la cartera en un gancho al lado de algunas chaquetas y otras cosas. La veo asegurarse de que la puerta de la rectoría esté cerrada, asegurándome que mi cartera está segura. La veo regresar a la mesa.

Gracias, Dios, digo mientras la hermana Lucía coloca otra hoja en blanco y un marcador frente a mí. Pega su propio papel en el pizarrón y en inglés escribe: Nací en Chile.

¿Dónde naciste?, pregunta en inglés a la clase, toma una de las revistas, corta una fotografía de una casa y la pega en su hoja. Ella les pide a todos que hagan lo mismo y agarramos revistas como si hubiera menos revistas que personas.

Me encantan los caballos, así que recorto uno. A diferencia de Marisela, las yeguas cuidan de sus amigas embarazadas. Hay algunas manzanas en R.D., por eso recorto manzanas. Solo en Navidad se me permite darle una mordida, excepto por el año en que Yohnny se robó una y la escondió debajo de la cama, y allí se la comió un ratón. Entonces nadie comió manzana.

Para cuando la calefacción no funcione en el apartamento, recorto una chimenea. Y debido a que una adivina me dijo que yo tendría una larga vida y dos hijos, recorto dos, una niña y un niño, ambos rubios con grandes ojos azules, vestidos con ropa combinada, hermosos y ricos.

La hermana Lucía pega mi hoja en el pizarrón junto a la suya y la de los demás.

I was born in Greece. 

I born in China.

I was born in Russia. 

Ella repite todas las oraciones y luego nos pide que repitamos después de ella, Born.

Boln

Bon

Bone.

Born! Born! 

Cuando lee mi oración en voz alta, la hermana Lucía dice, I was born, y escribe Dominican Republic sobre mi República Dominicana. 

Do-mi-ni-can Re-pu-blic, dice.

Yo repito. 

Very good, Ana, very good! La hermana Lucía aplaude. 

My name is Marta Lucía. I was born in Chile. And you, Ana?, ella me señala.

My name is Ana. I bon in Dominican Republic.

No, Ana, di: My name is Ana. I was born in Dominican Republic. 

Repito.

Muy, muy bien, Ana. Ya puedes decir que hablas inglés.

La hermana Lucía me da un fuerte abrazo al terminar la clase. Cuando me entrega la cartera, la deja caer sin querer.

¡No!, me lanzo hacia ella y se la arranco.

Es más pesada de lo que parece, dice.

Me hago la loca y digo: Gracias, hermana Lucía.

Camino tan rápido como puedo, temerosa de mirar hacia atrás y convertirme en sal. La cartera pesa más que el pintalabios, el espejo y el monedero. Aunque mis pies están más pesados que dos ladrillos, voy volando por la calle.

Miss, miss!, escucho a un hombre gritar detrás de mí.

Giro, agarrando las llaves en la mano.

Un joven negro agita la bufanda de Caridad. Está vestido con uno de esos trajes a la medida que a menudo admiraba frente al Audubon los domingos por la tarde. Me pego la cartera al cuerpo, pensando en todas las cosas que Juan me ha dicho. Camino tan rápido como puedo, la bebé empuja contra una costilla y no hay nadie allí para salvarme. Tropiezo. El hombre se acerca, me toma del brazo y cuando miro hacia arriba, lo único que veo es una tela de flores.

Miss, you okay?

¡Juan!, grito y me pongo el brazo frente a la cara y enrollo el cuerpo alrededor de mi estómago y mi cartera.

El hombre se acerca.

Mi nem is Ana, digo una y otra vez. I bon in Dominican Republic.

Él se ríe. Admiro sus deslumbrantes dientes. El miedo se evapora y me siento tonta. Dejo que su mano me ayude a levantarme.

Tenk you.

You’re welcome, miss, responde, alejándose y diciendo que no con la cabeza. 

Me pongo la bufanda alrededor del cuello, articulando, You welcome, una y otra vez en mi cabeza. Cruzo la calle y entro al edificio. Bob, el portero, me abre la puerta. Yo digo: Tenk you, y él dice: You’re welcome. Entro en el ascensor y digo: You welcome, y finalmente cierro la puerta del apartamento detrás de mí.

Me siento en el sillón. El departamento se oscurece a medida que grandes nubes negras se ciernen sobre la ciudad. De mi cartera, saco la bolsa de pan sin levadura. Coloco a Jesús en mi boca y dejo que se me derrita en la lengua. Me como una hostia tras otra. Quizás él pueda protegerme desde adentro; tal vez ahora no pueda ignorarme como lo hizo el día que le pedí que trajera a Marisela de regreso. Me lo como hasta que me lleno. Me acuesto en el mueble y respiro lentamente porque no quiero vomitarlo.

Jesús, bendice a mi bebé. 

 

 

Recorra los pasos de Ana Canción en Washington Heights con Angie Cruz y Kianny Antigua

 

 
 
Foto: Emmanuel Abréu

Foto: Emmanuel Abréu

 

“La importancia de este libro es invaluable…Angie ha abierto una puerta que se mantenía cerrada: la puerta de la autenticidad; no solo en la historia misma, que es una joya, sino porque insistió en que se tradujera y narrara en un español dominicano por una traductora dominicana, un hecho sin precedentes, absolutamente necesario y enriquecedor.”

—Kianny N. Antigua, traductora

 

 
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