Evangelizando ‘a tiempo y a destiempo’

El Rev. P. Francisco J. de la Rosa refleja sobre su experiencia pastoral en tiempo de pandemia, de la República Dominicana a los Estados Unidos

Tarjeta postal de la República Dominicana. Imagen: Anna Langova

Tarjeta postal de la República Dominicana. Imagen: Anna Langova

 

Lo más fuerte para mí como sacerdote en este tiempo de pandemia fue durante la Semana Santa pasada, cuando celebré un Triduo Pascual, conmemorando la pasión, muerte y resurrección de Cristo—en absoluta ausencia del pueblo

Pienso que no fui tampoco el único a quien le pudo haber pasado. Sin temor a equivocarme, creo que es la primera vez que una situación como esta ocurre en la historia de la Iglesia. 

El COVID-19 ha venido a revolucionar nuestra manera de ser frente a lo que pensamos y hacemos. El inicio y la duración de la pandemia provocaron en la vida de la Iglesia grandes cambios de cara a lo pastoral—y no solamente de la Iglesia, sino también de toda la sociedad en sí misma, situación que nos empujó a una nueva forma de ver y actuar en la vida. Esto nos ha llevado, por supuesto, a replantear el quehacer pastoral dentro de las parroquias. 

Ya no se puede seguir haciendo lo mismo de siempre, ni volver a lo que estábamos habituados. 

La incertidumbre de cómo seguir alimentando y animando la fe de nuestros fieles desde el distanciamiento social y el confinamiento provocó que nosotros como sacerdotes empezáramos a ser más creativos. El uso de la tecnología de la comunicación fue nuestro mejor aliado. Muchos sacerdotes incursionamos en el mundo de las redes sociales y las plataformas digitales para poder cumplir con nuestra misión: pastorear el pueblo de Dios. Desde sus hogares los feligreses podían seguir nutriendo su fe con la Palabra y la predicación.

Sin lugar a dudas, esta situación nos hizo a muchos salir de la inercia en la que nos encontrábamos. Nos hizo más dinámicos, más creativos y, curiosamente, más cercanos al pueblo a pesar de la distancia física. Caí en la cuenta que nuestro ministerio no recobra sentido si no es en la comunidad cristiana que, en definitiva, es la garante del sacerdocio ministerial. 

Los oficios y celebraciones virtuales nos motivó a, como le escribe el Apóstol San Pablo a Timoteo, evangelizar ‘a tiempo y a destiempo’ (2 Timoteo 4:2).

 
 

La única piedra

Escribo desde una óptica pastoral y eclesial en la República Dominicana (RD), mi país de origen, donde presto mis servicios pastorales en la Diócesis de San Juan de la Maguana. Una de las primeras ciudades establecidas en la isla, este municipio fue nombrado en honor al profeta San Juan Bautista y al valle que los Taínos llamaban Maguana o "la primera piedra,” “la única piedra.” 

De verdad que actualmente necesitamos la firme fortaleza de una piedra y como la de San Juan para seguir enfrentando nuestro ministerio de evangelización. 

En el 2018, tuve el honor de bendecir el nuevo hospital municipal Dr. Federico Armando Aybar. “Todos los dominicanos tenemos el mismo derecho a la salud, a la educación y al trabajo,” expresó el titular de la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (OISOE) durante la inauguración del hospital, “pues los más pobres...merecen tanta o más atención de los gobiernos.”

Jamás nos imaginábamos el mundo que habitaríamos dos años después. En el momento de publicar estas líneas [12-oct-20], se han registrado en el país 118,014 casos confirmados del COVID—585 nuevos casos confirmados—y 2,167 muertes. La provincia de San Juan de la Maguana es una de las cuatro más afectadas.

 
 

Recuerdo cuando se mandó a confinar a las personas en sus hogares sin permitir el libre desplazamiento normal de los ciudadanos. Las parroquias tuvieron que cerrar sus puertas por completo. No había recepción de los sacramentos, celebraciones eucarísticas con el pueblo de Dios presente, reuniones de los grupos apostólicos y comunidades eclesiales de base. Es decir, vimos un mundo que se paralizó repentinamente—como si nos hubieran echado una cubeta de agua fría. 

Como una señora ministro extraordinario de la comunión me decía: "Padre, sin la misa y la comunión, no somos los mismos. Nos hace falta la misa presencial, porque algo grande hace falta dentro de mí.”

Verdaderamente que acostumbrarnos a este nuevo estilo de vida no fue nada fácil. Asistimos a una nueva forma de reunirnos remotamente a través de Zoom, WhatsApp, Facebook, etc. Se impuso la era de la virtualidad. La llamada realidad virtual.

El hecho de estar encerrado por casi tres meses, en un país tropical, cohibido de realizar lo que nos gusta hacer y estar en contacto con las demás personas, acompañarlas de cerca en su proceso de fe; romper con todo que tenga que ver con la persona misma, amigos, familiares, feligresía...Esta dura crisis nos lleva a una certidumbre y una angustia tal que, si no recurrimos al que nos llamó a través de la oración personal, podríamos caer hasta en una crisis existencial o de fe.

Recuerdo en especial cuando celebraba la eucaristía de forma privada en ausencia del pueblo, como sentía una fuerte nostalgia cuando me tocó hacer la fiesta de Jesús Buen Pastor (Juan 10:1-30). Me sentí en ese momento no como oveja sin pastor sino como pastor sin ovejas. Al final, esta experiencia me llevó a fortalecer aún más nuestra fe en el Señor y la confianza entre los hermanos y la misma comunidad parroquial.

Ve, yo te envío

Ve, yo te envío. Este fue el lema episcopal de Mons. José Dolores Grullón Estrella, Obispo de la Diócesis de San Juan de la Maguana. Evoca el pasaje del libro de Éxodo, cuando Moisés fue enviado por Dios a rescatar a los hebreos que estaban siendo esclavizados por los egipcios por muchos años (Éxodo 3:7-10). Fue para el obispo una gran inspiración para asumir su misión de pastor en esta diócesis:

Escudo de armas de Mons. José Dolores Grullón Estrella, Obispo de San Juan de la Maguana (1991-presente). Imagen: Jacobo Lama

Escudo de armas de Mons. José Dolores Grullón Estrella, Obispo de San Juan de la Maguana (1991-presente). Imagen: Jacobo Lama

“El Señor me eligió como sacerdote diciéndome como a Moisés: ‘He visto cómo mi pueblo sufre... y he oído sus clamores... pues conozco sus angustias y he bajado para librarle... El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí, ve, pues, yo te envío... para que saques a mi pueblo... y lo conduzca a una tierra que mana leche y miel’ (Cfr. Ex. (3, 7-10) 

“Él me envía con su bendición (nube) 

“Y con la fuerza de su Espíritu (paloma)  

“A un pueblo, que tiene como escudo el águila de San Juan y posee abierto en su corazón el Evangelio del amor. 

“Dios me envía para que sea un pan compartido, para que me haga pan como los hizo su Hijo Jesús, para que rompa las cadenas que no dejan volar al hombre hacia la plena libertad de los hijos de Dios y para que lo haga a la manera de María (flor) siendo el servidor del Señor, quien no vino a ser servido, sino a servir.”

Mons. José Dolores Grullón Estrella, Visión Pastoral de la Diócesis de San Juan de la Maguana 1991- 2003, secc. 3.10, págs. 22-23 (25 sept. 2003)  

 

Cada verano desde el año 2015, acostumbro a viajar a los Estados Unidos, a la ciudad de Nueva York, donde paso mis vacaciones y colaboro pastoralmente en la Diócesis de Brooklyn-Queens

Este año no estaba seguro de venir por la situación de la pandemia, pero al final me motivé, pese al temor del progresivo contagio que hay todavía. Gracias a Dios, he podido nuevamente compartir con la comunidad hispana la vivencia de la fe y la fraternidad que nos da el ser cristiano. 

Pero esta vez, mi viaje ha sido muy diferente. 

Viajé por la aerolínea Jet Blue. El avión no estaba completamente lleno como en otros años. Se dejó el asiento del medio libre para cumplir con el protocolo del distanciamiento social. Llevamos la mascarilla puesta durante todo el vuelo. Los pasajeros todos respetamos y confiamos en la seguridad de la nave. En la aduana, no se vio tumulto de personas, los controles fueron más flexibles, sin muchas preguntas. 

En fin, un vuelo muy tranquilo y ameno.

Sin embargo, no somos los mismos en el gesto de saludarnos, en abrazarnos, en compartir por el temor al contagio. Antes, solía ir a las casas de los feligreses a compartir, comer y visitar las familias. Pero en este viaje no pude hacer las visitas a personas envejecientes como Bienvenido, de 90 y pico de años, esposo de Eleuteria, cuya hermana Oneida Valdéz (Parca) sirve en nuestra parroquia en RD. No pude visitar a los enfermos quienes, con nuestra presencia, podían ser consolados y alimentados espiritualmente. Las celebraciones de las eucaristías, digamos en la Parroquia Transfiguración o en la Parroquia San Pedro y San Pablo en Brooklyn, antes eran con el templo lleno; ahora solo podemos celebrar con el 30% de la capacidad. No hay abrazo de la paz; cada cual tiene que estar a una distancia de 6 pies. El uso de mascarillas no dejan ver bien los rostros de las personas que tanto uno quiere—a Jesús, a Fredy, a Juan, a Marisela, etc. 

Salir a comer un helado napolitano, ir al cine, ver las óperas de Broadway, salir de compras a BJ’s en la Avenida Metropolitan o a Best Buy en Atlantic Plaza para conseguirle algún recuerdo a seres queridos...¡Cuánta nostalgia!

Esta vez, pasé mi estadía en la Parroquia San Miguel Arcángel en Sunset Park, Brooklyn. Para mí, fue una nueva experiencia pastoral compartir con una comunidad muy variada de hispanos: mexicanos, ecuatorianos, dominicanos, colombianos. Algo que me conmocionó en este viaje fueron los funerales muy asiduos y las confesiones de personas con problemas familiares que se han agudizados en medio de la pandemia. Tuve, pues, que realizar bastante esfuerzo para consolar en estos momentos de dolor y de desilusión a muchas personas y familias que solicitaban un servicio religioso.

En comunión y solidaridad, transformemos la sociedad

Es en este momento de pandemia que debemos identificarnos, haciendo nuestra las necesidades de nuestros hermanos, sobre todo de los que tienen menos. De esta manera construimos el Reino de Dios que anunció con ahínco nuestro señor Jesucristo.

Sólo nos resta el consuelo de Dios que por su infinita bondad hará que este tiempo de pandemia pase rápido posible. No obstante, como suelo decirles a los fieles en los sermones, alguna señal nos está enviando el Señor con todo esto. Tenemos que orar y rogarle a Dios con insistencia que nos proteja y nos conceda la feliz normalidad de nuestras vidas.  

Que ahora en adelante seamos más humanos, más solidarios, que nos mostremos disponibles frente a los más necesitados de nuestras ayudas para que podamos, como dice el Papa Francisco, globalizar la solidaridad y la fraternidad.

Pidamos, pues, al mismo Dios que borre nuestras culpas y pecados frente a él, frente al mundo y frente a nuestros hermanos. Tenemos que sacarle partida a este momento de crisis sanitaria, económica y social.

Que el buen Dios le conceda a todos su favor y bendición.


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