El grito del silencio

La Rda. Dra. Loida Martell agudiza el oído hacia Dios

Cueva Ventana, Arecibo, Puerto Rico, 2017. Photo: Loida I. Martell

Cueva Ventana, Arecibo, Puerto Rico, 2017. Photo: Loida I. Martell


 
 

SERMÓN

Este sermón fue originalmente entregado al culto litúrgico Latinas en Adoración el 26 abril 2020,
y es parte de un escrito más largo en curso, titulado "
The Tyranny of the Loudest Voices”. 

 

Como parte de mi devocional mañanera, leo la Biblia libro por libro a través del año. 

Da la casualidad a la vez que explotó el pandémico en los EEUU, me tocó leer el libro de Job. Dado las condiciones afectando el mundo, me chocó al leer una mañana la siguiente respuesta de Job a sus amigos en el capítulo 13: “Sois todos médicos nulos.” 

Wow, eso está fuerte. 

Job continúa diciendo a sus amigos: “Ojalá callaran por completo, porque esto os fuera sabiduría.” 

Más tarde, Eliú, otro crítico, ataca a Job, asegurándole que Eliú sí era sabio y “lleno de muchas palabras.” 

Eso me puso a reflexionar al darme cuenta que vivimos en un mundo lleno de palabras que no consuelan, no sanan, no ofrecen sabiduría. Es un mundo “lleno,” pero de palabras inefectivas. Y eso me llevó a la narrativa del profeta Elías en I Reyes 18 y 19.

No les voy a leer los pasajes enteros. Son narrativas conocidas entre nosotras. En realidad, los capítulos son eventos “contrastes” (contrast moments). Permítanme describir brevemente el escenario de I Reyes 18, aunque sé que es conocido entre ustedes.

En I Reyes 18:20–39, encontramos al profeta Elías. Dios había enviado una sequía por tres años. No quiero con eso hacer un paralelismo y decir que esta pandemia es “causad[a] por Dios,” como escribió un teólogo en un editorial reciente en el New York Times (”médicos nulos” que no consuelan…). Pero vaya, hay una sequía, el pueblo sufre, y consecuentemente Dios envía a Elías al rey Acab, quien acusa a Elías de “molestar al pueblo.” Los profetas son siempre molestias, quizás porque imprudentemente insisten en decir verdades a tiempo y fuera de tiempo. 

Ser profeta dura cosa es. 

Lo que Acab no quiere aceptar es que la molestia no viene del profeta, sino que es consecuencia del pecado, opresión e injusticia de las estructuras políticas y religiosas del tiempo. Es difícil para la gente en posiciones de poder aceptar responsabilidad cuando las cosas andan mal para el pueblo. Además, Acab se autoestimaba un buen soberano. Era un hombre religioso: un buen Yahwista, que también quería adorar a los baales. Pensó que podía balancear seguir a Dios y los ídolos falsos de su tiempo.

En el 1953, Martin Luther King, Jr. predicó una serie de sermones enfatizando cual eran los dioses falsos que destruían el país. Entre ellos mencionó el nacionalismo que conlleva a estructuras injustas de supremacía blanca (white supremacy), y el dios falso del dinero. Hoy día vemos a los políticos que se pavorean de ser cristianos evangélicos devotos, y a su vez doblan rodilla a los dioses de racismo y de la banca financiera. Mujeres y hombres que felizmente sacrifican la vida de los pobres, de la niñez y nuestra juventud, de encarcelados, de migrantes, y de personas de color en el altar de la ganancia monetaria. Médicos nulos que en las palabras de MLK, Jr, “are more concerned about making a living than making a life [están más preocupados por ganarse la vida que por hacer una vida].” I Reyes 18:21 llama tales personas gente de “doble ánimo,” o en el hebreo, gente que “cojean.” 

Elías, pues reta al rey y sus falsos profetas, aquellos devotos de falsos dioses, y convida al pueblo para que decidan por sí mismos a quien van a seguir: si al Dios viviente, o a los falsos dioses de muerte. 

Pues miren, hermanas, esos profetas se colocaron en un altar para que sus dioses entrasen en acción. Gritaron y danzaron, se tajaron y estrujaron, y esos dioses no hicieron ni pío. El pueblo creía que la gritería era reflejo de poder. El que más grita, el que más habla, el que “más palabras tiene,” ese es el verdadero poderoso.

 
Photo: Loida I. Martell

Photo: Loida I. Martell

 

“El silencio de Dios grita presencia, resurrección, amor, y vida eterna.”

 

Actualmente, vivimos en una sociedad que sigue confundiendo la gritería con el poder y la palabrería con la sabiduría. Hemos olvidado cómo usar palabras como acto de gracia y amor. Ante la competencia y conflicto de poderes, usamos las palabras para atacar, insultar, para abofetear y manipular. Nos burlamos, atacamos la dignidad humana de aquellas personas que consideramos “enemigxs, otrxs.” No nos damos cuenta que usar palabras de esa manera nos convierte en “médicos nulos.” Deformamos el imago Dei de las personas. Irónicamente, actuar de esa manera “silencia a Dios” (I Samuel 3:1).

La cosa es que el verdadero poder no radica en fuerza bruta, ni en griterías, ni en insultos, ni en malas palabras. El verdadero poder radica en Dios, quien es soberano sobre la tierra y los cielos, Aquel quien el salmista nos recuerda en el salmo 139 que está presente y permea todo aspecto de nuestras vidas. Y Dios quien es y siempre será, este Dios siempre presente, no grita. Dios es amor. Dios es gracia infinita. Es este Dios quien derrama Su poder y sanidad sobre toda la creación como don de amor y gracia. 

Pero Dios no grita.

Después que esos profetas se cansan del espectáculo, Elías sencillamente ora. La oración es poderosa. No depende de nosotras, sino es por la gracia divina de Dios. Es el sobreabundante regalo de Dios que nos conecta con la fuente de poder y vida abundante. Elías tampoco grita. Elías sencillamente ora. Elías no busca glorificarse ni exaltarse. Sólo pide que el nombre de Dios sea glorificado, para que el pueblo reconociera a Dios soberano, como el Dios de la vida.

Y Dios responde. No con un grito, sino con fuego del cielo que consume el altar, el sacrificio, y el agua que lo rodea.

Uno creería que luego de una victoria de esa índole, Elías estaría celebrando. Pero no. Al oír que la reina Jezabel lo buscaba, Elías se esconde en una cueva (I Reyes 19: 8–13). Fíjense antes del pandémico del 2020, ya Elías había experimentado lo que es un “toque de queda.” Y tengo que confesar, “there is something about hiding in a circumscribed space that eventually begins get to you [hay algo acerca de esconderse en un espacio circunscrito que eventualmente te afecta].” A veces está el peligro de perder vista de la grandeza de Dios cuando uno se encuentra por demasiado de tiempo en espacios limitados. Dios llama a Elías a capítulo: “¿qué haces ahí, Elías?” Y Elías le cuenta el asunto—o quizás, más bien, expresa su queja.

Quizás Elías esperaba que Dios le iba a responder con otro evento espectacular como el día que fuego bajó del cielo. Pero Dios no siempre responde con hechos espectaculares. Y Dios nunca, nunca grita.

Por lo tanto, luego de alimentarlo y fortalecerlo—porque Dios conoce todas nuestras necesidades y sabe cómo suplirlas—llama a Elías a que saliese de su cueva. Hermanas, a veces para entender lo que Dios está haciendo, tenemos que salir de nuestras cuevas emocionales, intelectuales, y espirituales. Elías sale y—¡fracatán!—tremenda tormenta. Pero Dios, quien no es gritón, no está ahí. Luego viene un terremoto, muestra de poder destructivo, y ahí tampoco está Dios. Y para que Elías entendiera que Dios no siempre se ve en lo espectacular y sobrenatural, tampoco está en el fuego. 

Entonces hay un silencio. 

El hebreo en el verso 12b es difícil de traducir. La versión Reina Valera lo traduce como “silbo apacible y delicado.” El NRSV lee, “a sound of sheer silence [un sonido de puro silencio].” La Dra. Carol Fontaine en una ocasión lo tradujo como “un silencio tan profundo que el silencio habló.” Dado el argumento de un académico que intercaló “roar” por “silence,” me pregunto si una mejor traducción sería “a silence that roars” Me gusta esa imagen. “Un silencio que grita.” Un silencio que de los más profundo y con toda ternura nos conmueve. 

El Dios de poder no tiene que gritar. Su silencio dice más que toda la palabrería vacía de los médicos nulos que se creen sabio y no dicen nada. El silencio de Dios sana, sostiene, hasta transforma el cosmos mismo. Dios no tiene que romper ni destruir para ser Dios. Dios solo tiene que ser. Cuando Jesús murió hubo silencio por tres días. Dios no gritó. Dios no castigó a los que asesinaron a su hijo en una cruz en el nombre de la religión. Dios sencillamente lo resucitó. Dios no es médico nulo. Dios es fuente de vida y de vida abundante. El silencio de Dios grita presencia, resurrección, amor, y vida eterna.

Estamos cada una de nosotras en nuestras cuevas. Escuchen el silencio. ¿Qué nos querrá decir el Señor en esta hora? 

Que el Dios de vida, gracia, amor, sanidad, y que el Médico por excelencia,
sane a nuestro pueblo.

 

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